Como la mayoría de las grandes conquistas científicas y
tecnológicas que registra la historia, Internet es una realidad ambivalente.
Renunciar a sus logros sería hoy una pretensión imposible, porque se trata de
un avance irrenunciable y un signo del progreso de nuestro tiempo. Pero ello no
debe conducir a aceptar pasivamente o a claudicar ante los riesgos de "abordaje"
criminal que amenazan la navegación por el ciberespacio.
Como he indicado, en sus inicios, uno de las mayores
alicientes de Internet residía en su carácter ácrata ; se trataba de
un espacio absolutamente libre, sin ningún tipo de autoridad o poder que lo
regulara o acotara. Como elocuente ejemplo de esa concepción anárquica y
libertaria de Internet puede citarse la Declaración de Independencia del
Ciberespacio "promulgada" por John Perry Barlow en Davos, Suiza,
el 8 de Febrero de 1996. Dicha Declaración ha adquirido notable celebridad en
estos meses entre los usuarios de Internet. Consiste en un texto que, en mi
opinión, se articula en torno a tres ideas-guía:
1ª) La afirmación de la total autonomía de los
cibernautas respecto a cualquier tipo de autoridad estatal: "Gobiernos del
Mundo Industrial...No son bienvenidos entre nosotros. No tienen ninguna
supremacía donde nos juntamos...El Ciberespacio está fuera de sus
fronteras".
2ª) Negación de los conceptos y categorías jurídicas
tradicionales :"Vuestros conceptos legales de propiedad, expresión,
identidad, movimiento y contenido no se aplican a nosotros. Aquellos se basan
en la materia, pero en nuestro mundo la materia no existe".
3ª) Confianza utópica en un ciberespacio ideal:
"Crearemos una civilización de la
Mente en el Ciberespacio. Que sea más humana y justa que el
mundo creado anteriormente por sus gobiernos".
Como contrapunto a esa visión idílica de Internet señala el
profesor de Teoría de la
Comunicación en la Universidad París-VII
y Director de Le Monde Diplomatique , Ignacio Ramonet, que el
ciberespacio está siendo colonizado despiadadamente por todos los gigantes de
las telecomunicaciones. Internet está creando nuevas formas de desigualdad
entre "inforricos" e "infopobres", al establecer
discriminaciones graves en el acceso y utilización de informaciones entre el
Norte y el Sur, donde la falta de equipos va a condenar a la marginación a
millones de personas. Recuerda, por ejemplo, que hay más líneas telefónicas
sólo en la isla de Manhattan (Nueva York), que en toda África negra, y sin esas
líneas no se puede acceder a Internet. Según Ramonet resulta ingenuo pensar que
necesariamente el aumento de comunicación debe traducirse en mayor equilibrio y
armonía social. La comunicación, en sí, no es progreso social "y mucho
menos cuando la controla, como es el caso de Internet, las grandes firmas
comerciales y cuando, por otra parte, contribuye a acrecentar las diferencias y
desigualdades entre ciudadanos de un mismo país, y habitantes de un mismo
planeta. Internet -concluye Ramonet- era una esperanza; nos la han
robado"(1997; vid. también, Fernández Calvo, 1996).
Internet ha abierto nuevas y preocupantes posibilidades
operativas a los sistemas de control social y político. Se ha hecho célebre una
imagen expuesta por Philip Zimmermann en su informe ante el Subcomité de
Política Económica, Comercio y Medio Ambiente del Congreso Norteamericano.
Indicaba allí Zimmermann que en el pasado cuando el Estado pretendía violar la
intimidad de los ciudadanos debía esforzarse en interceptar, abrir al vapor y
leer el correo, o escuchar, grabar y transcribir conversaciones telefónicas.
Eso era como pescar con caña, de pieza en pieza. Por el contrario, los mensajes
del correo electrónico son más fáciles de interceptar y se pueden scanear a
gran escala, y ordenar en función de palabras claves. Esto es como pescar con
red; y supone una diferencia orwelliana cuantitativa y cualitativa para la
garantía de la democracia.
El utopismo ácrata se opone a cualquier regulación del
Ciberespacio por entender que con ello se reprime la libertad de los
cibernaútas, a la vez, que se refuerza el poder estatal. Pero la realidad no es
tan simple. Paradójicamente los grandes beneficiarios de la anarquía de
Internet no son los cibernaútas particulares, sino las grandes multinacionales
e, incluso los aparatos de control social de los gobiernos. No huelga advertir
que, en los últimos meses, se están transmitiendo por Internet, sin ningún tipo
de garantías y con evidente menoscabo del derecho a la intimidad, datos
personales (incluso voz e imagen) en investigaciones policiales; a través de un
medio que por su naturaleza y características es accesible a millones de
usuarios de todo el mundo. Tampoco está de más, recordar que algunos Colegios
de Abogados norteamericanos han denunciado las prácticas de determinadas
oficinas fiscales tendentes a interceptar las comunicaciones por Internet entre
distintos bufetes de sus colegiados, especialmente en casos referentes a
narcotráfico (Cavazos y Morin, 1994).
Los peligros de una utilización abusiva, incontrolada o
criminal de ese espacio plantean ahora, de forma apremiante, la necesidad de su
ordenación. Han sostenido historiadores muy autorizados que la história es
cíclica y retorna siempre; quizás por ello los actuales debates sobre Internet
recuerdan a aquellos mantenidos hace siglos por los filósofos contractualistas
en relación con el estado naturaleza. En la tradición contractualista se
explica el origen de las instituciones políticas y jurídicas a partir de la
exigencia -empírica o racional, utilitaria o ética, a tenor de las diversas
interpretaciones del estado de naturaleza y el pacto social- de abandonar una
situación (el estado de naturaleza) en la que el hombre posee una ilimitada
(aunque insegura) libertad, a otra de libertad limitada pero protegida y
garantizada por la autoridad y las leyes (Pérez Luño, 1997).
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