jueves, 16 de enero de 2014

Los niños asesinos




La sociedad está acostumbrada a las noticias de asesinatos; sin embargo, cuando es un niño quien ha cometido el asesinato, cunde el desconcierto y no faltan quienes dicen que estamos en una época de decadencia moral. Pero… ¿por qué matan los niños?, ¿cuáles han sido los casos más notorios? Véanlo aquí.

¿Por qué matan los niños?

La respuesta a tal pregunta puede variar dependiendo del tipo de caso ante el cual nos encontremos; pero, en cualquiera de ellos, siempre intervienen una serie de factores. Estos son principalmente factores neurológicos, psicológicos, familiares, socio-culturales, e incluso económicos y políticos: todos ellos interactuando, teniendo unos factores mayor participación que otros según el caso particular que se tome. Sin embargo, más allá de la comprensión técnica del problema, el asesinato cometido por niños siempre nos desconcierta, y es que, como dijo el escritor colombiano Miguel Mendoza Luna: ‹‹Cuando el niño pasa de víctima a victimario, pone en crisis todas las creencias, teorías y preceptos morales del ser humano. Resulta más fácil señalar a una entidad responsable de su crueldad: la televisión, sus amigos mayores, las acciones adultas.››


Las estadísticas muestran que aproximadamente un 90% de los niños maltratados se convierten en personas violentas y maltratadoras, y empiezan ya desde temprano a manifestar esa violencia.

Entrando en materia, los expertos dicen que, para que un niño mate, tiene que haber una vulnerabilidad de tipo biológico o psicológico, siendo que en el primer caso puede tratarse de algo innato o bien de un daño o alteración cerebral que haya afectado los mecanismos reguladores de la conducta, sobre todo en lo que respecta al control de los impulsos.

Como quedó entrevisto al inicio, los múltiples factores pueden dividirse en exógenos e internos, división esta que es clave a la hora de saber qué tan rescatable es tal o cual niño asesino en concreto. Dice por ello el especialista Vicente Garrido: ‹‹Cuanto más peso tengan en cada caso los factores exógenos, los factores ambientales y educativos, más posibilidades de recuperación. Y al revés, cuanto más pesen los factores internos, es decir, de temperamento o personalidad, peor es el pronóstico. Si presenta rasgos que en un adulto serían catalogados como de psicopatía, como insensibilidad o falta de arrepentimiento, el pronóstico es peor (…). Una personalidad psicopática lo seguirá siendo, seguirá manipulando y buscando siempre su conveniencia, pero puede llegar a interiorizar que hay unos límites que no debe traspasar.››. Esto nos muestra que un niño con tendencias psicopáticas no está condenado al crimen, pero lógicamente es mucho más propenso a caer en él, dado un entorno determinado, que un niño sin esas tendencias en ese mismo entorno.

Ahora, y en cuanto a los factores externos, tenemos que el niño que mata, y en líneas generales el niño que delinque con violencia, suele haber sido víctima de abandono, maltrato, carencias emocionales, y usualmente pobreza. Puntualmente en lo que son los maltratos, las estadísticas muestran que aproximadamente un 90% de los niños maltratados se convierten en personas violentas y maltratadoras, y empiezan ya desde temprano a manifestar esa violencia, pudiendo en casos excepcionales plasmarla en el asesinato…

Ya a nivel de los mecanismos psicológicos, a veces estos suelen ser profundos y nada evidentes. Por ejemplo, los psicólogos afirman que, cuando el niño mata con ensañamiento, está manifestando en ello un deseo inconsciente de destruir la imagen que tiene de sí mismo como ser vulnerable, buscando así librarse del sentimiento que tiene de ser una víctima. Otra situación interesante es la que se da con la humillación; pues, cuando un niño es humillado, frecuentemente se dispara en él un mecanismo psíquico que le lleva a ver en los demás la causa de todos sus males; y esto, desde luego, va haciendo que se acumulen deseos de venganza, aumentando la probabilidad de que el niño busque hacer daño, ya que eso equivaldría a atacar la fuente de sufrimiento.

Pasando ahora a la interacción entre los factores ambientales y los factores internos, surge la pregunta de por qué, dado un determinado entorno lleno de circunstancias que empujan al crimen, un chico se vuelve criminal y otro no. La respuesta quedó insinuada antes: hay ciertas tendencias innatas que potencian, en un conjunto dado de condiciones externas desfavorables, el surgimiento de la tendencia criminal. Ese es el caso de las llamadas “personalidades antisociales” y de los sujetos con tendencias psicopáticas. Pero existen casos en que tales tendencias no nacen con el niño y aún así éste termina delinquiendo con violencia: en algunos casos de este tipo, lo que ha ocurrido es que las condiciones del entorno han sido tan fuertes que han terminado afectando, modificando hasta cierto punto estructuras cerebrales vinculadas al control de los impulsos y a otros aspectos ligados a lo que determina la presencia o ausencia de la tendencia criminal. De este modo, estudios clínicos muestran que “niños sometidos a malos tratos sistemáticos tienen la amígdala hasta un 12% más reducida”, y la amígdala tiene como función principal el proceso y almacenamiento (a partir de memorias) de reacciones emocionales. Algo parecido sucede cuando el niño, como consecuencia del maltrato recibido, tortura animales, ya que se ha demostrado que la repetición de actos crueles termina por menoscabar las conexiones y estructuras cerebrales vinculadas a la empatía… Cabe mencionar que todo esto tiene mucha más vigencia en el caso del niño, pues su cerebro es más maleable, más cambiable, ya que está en fase de maduración, de desarrollo. Al respecto de este tema, José Sanmartín, director del Centro Sofía para el Estudio de la Violencia, explica que: ‹‹Sabemos que los niños maltratados también presentan afectación de las conexiones entre los dos hemisferios a través del cuerpo calloso. Las conexiones entre la amígdala o el hipocampo y la corteza prefrontal son muy importantes, porque la corteza es el lugar donde residen los mecanismos de la conciencia. En ella comparamos opciones, evaluamos consecuencias, elegimos entre disyuntivas, y decidimos llevarlas a la práctica o no. Luego impregnamos de sentimiento esas acciones. Y todo eso lo hace la corteza prefrontal, que lee e interpreta los impulsos que llegan de la amígdala y los potencia o los inhibe según esa valoración››


Según dicen los psicólogos, los rasgos temperamentales que más podrían favorecer la aparición de la violencia en el niño, son la dureza emocional, la impulsividad y la ausencia de miedo.

Todo lo anterior es de capital importancia pero… ¿qué pasa con la formación del niño? Generalmente es en boca de personas mayores que escuchamos que la culpa de los males de nuestros niños la tienen los padres y la escuela al no formarlos adecuadamente. La causa de que tales comentarios vengan sobre todo de pasadas generaciones, obedece al hecho de que aquello que critican está profundamente vinculado a las particularidades socio-culturales de nuestros tiempos, pero esas particularidades son algo en lo que se ahondará después. Ahora es preciso señalar que la función del proceso de formación es, en cuanto a que el niño se encamine o no hacia el crimen, básicamente la de hacer que éste interiorice ciertos límites y valores. Así, se ha planteado que, cuando un niño se muestra violento al punto de caer en comportamientos antisociales, los llamados “mecanismos de control social” han fallado: en relación a los padres, ya porque estos han constituido malos modelos (ladrones, estafadores, prostitutas, borrachos, etc), o ya porque simplemente han estado ausentes total o parcialmente, dejando así a los hijos mucho más expuestos a la violencia que día a día se ve en la televisión y en otras manifestaciones culturales. Y es que, tal es el poder que tiene una adecuada formación, que los psicólogos afirman que ésta es capaz de evitar que un niño con tendencias psicopáticas se transforme después en criminal, principalmente porque permite que actúen mecanismos psicológicos como la represión-inhibición o la sublimación (por ejemplo, un niño violento que canalice bien esa violencia innata, puede querer ser soldado o policía).

Por último, si nos preguntamos cuáles son los principales elementos temperamentales que podrían favorecer la aparición de la violencia, estos son la dureza emocional, la impulsividad y la ausencia de miedo. La dureza emocional se puede manifestar en indiferencia hacia los demás, insensibilidad o falta de empatía, simple frialdad, o crueldad en casos extremos. “Si no siento, no sufro”, tal es la lógica del niño que adopta la dureza emocional como respuesta a un entorno que le genera malestar, siendo que ese entorno puede pasar desde manifestarse a nivel familiar en algo tan radical como unos padres que golpean, hasta manifestarse en algo aparentemente no tan nocivo como unos padres que no insultan ni golpean pero son fríos, distantes e indiferentes, siendo que, si hay hermanos y estos repiten la conducta o si simplemente no hay hermanos o fuente alguna que contrarreste esa falta de afecto, las consecuencias serán aún peores en el proceso de endurecimiento emocional del niño. Pasando a la impulsividad, de ésta ya se dijo que puede verse empeorada por el maltrato, y potenciada por una inadecuada formación en la que no existan límites y valores. Finalmente, la ausencia de miedo es el más peligroso de los tres componentes, y generalmente es innato cuando se manifiesta con intensidad. Dice sobre esto el psicólogo Andrés Pueyo: “En estos niños, el castigo no sirve de nada. Ni el castigo físico, ni la amenaza, les produce el más mínimo impacto”.
Casos representativos de niños asesinos

Ya hemos visto cuál es la dinámica multifactorial del fenómeno criminológico que constituye el asesinato cometido por niños. Ahora, con ese antecedente, el lector podrá apreciar mejor los siguientes casos, dentro de los cuales se ha excluido a los niños asesinos en serie como el Petiso Orejudo o Pomeroy, ya que estos son casos sumamente aislados mientras que, aquellos niños que matan sin llegar a convertirse en asesinos seriales, representan un fenómeno mucho menos infrecuente y por tanto más importante en la comprensión del crimen, al menos si vemos qué tan representativo es, estadísticamente y socio-culturalmente.

Jon Venables y Robert Thompson

El 24 de noviembre de 1993, Jon Venables y Robert Thompson fueron declarados culpables por la muerte del infante James Bulger. En el crimen había tortura y premeditación, por lo que era un insólito acto de sadismo que desconcertaba a la sociedad británica y los colocaba como los asesinos más jóvenes en la historia moderna de Inglaterra. La condena que se les dio fue permanecer en prisión hasta que cumpliesen la mayoría de edad, cosa que pareció demasiado blanda a la indignada sociedad británica.


Robert y John raptaron a un niño de dos años, lo llevaron a una estación de tren abandonada, lo patearon, le tiraron piedras y ladrillos, le bajaron los pantalones y dejaron su cuerpo en la vía férrea para que el tren lo partiera. Su caso conmocionó a Inglaterra, y aún hoy los odian, por lo que deben ocultar sus identidades.

La historia del caso:

Ambos asesinos nacieron en Liverpool, Inglaterra, en el año 1983. Los dos tenían familias disfuncionales, presentaban bajas calificaciones y conductas problemáticas en la escuela, y su día a día en el hogarestaba marcado por episodios de violencia, alcoholismo y peleas de pareja.

Robert Thompson había sido abandonado por su padre cuando tenía seis años, pero aún después de eso la violencia continuó siendo la nota dominante de su entorno familiar, de modo que, como mecanismo de defensa, se volvió emocionalmente desconectado. La vida de Jon Venables no era muy diferente, y los sufrimientos comunes (acoso en la escuela, aislamiento, violencia doméstica, etc) actuaron como imanes que los volvieron grandes amigos. Sin embargo, a veces los vínculos entre víctimas suelen engendrar victimarios, y este fue uno de esos casos… Así, dentro de ellos ya ardía la violencia para cuando vieron Chuky, el Muñeco Diabólico; película que, según declararían, los inspiró a cometer el crimen.

El fatídico día fue un 12 de febrero de 1993. El asesinato estaba pensado para esa fecha, y por eso faltaron a la escuela y se fueron a dar vueltas en el Centro Comercial New Strand (en Liberpool). Allí, según mostraron las cámaras de seguridad, Robert y Jon miraban niños con disimulo, como buscando una presa propicia. En tales faenas pasaron varias horas, hasta que poco antes de las 15:40 encontraron al niño ideal: era James Bulger, que tan solo tenía dos añitos y había salido a dar un paseo con su madre Denise.

Fue en un breve instante de distracción por parte de Denise dentro de la carnicería (en el New Strand), cuando Robert y Jon se aprovecharon para hablarle a James (que se había quedado en la puerta de entradaa la carnicería) y llevarlo de la mano, de modo que, cuando a eso de las 15:42 Denise miró a ver dónde estaba su hijo, éste no aparecía en ningún lado. Entonces salió a buscarlo, pero Robert y Jon eran tan rápidos que no pudo hallarlo, pues lo habían sacado fuera del centro comercial y recorrerían con él unos cuatro kilómetros hasta llegar al Canal Leeds, donde le causaron heridas faciales al dejarlo caer de cabeza, luego de sujetarlo mientras cruelmente bromeaban sobre si lanzarlo o no al torrente de agua…

Ante su horrible situación, el pequeño James lloraba con un chichón en la frente, y algunas personas observaban la situación, pero nadie hizo nada creyendo que, en el peor de los casos, eran dos hermanos mayores molestando al menor. Solo dos individuos se acercaron: al uno, le dijeron que James era un niño perdido al que llevarían a la comisaría más cercana; al otro, que James era el hermano menor y tenía el chichón por una caída…
Después se lo llevaron a una tienda de mascotas, pero fueron expulsados por portarse mal, y entonces decidieron librarse de él y caminaron hasta una vía de tren cerca de la abandonada estación Walton and Anfield.

Junto a la vía del tren, uno de los chicos lanzó pintura azul (robada previamente) en el ojo izquierdo de James, y después ambos comenzaron a patearlo, a darle puñetes y a tirarle piedras y ladrillos, todo sin darle muerte. Cerca no había nadie que viese tales abusos, y Jon y Robert le introdujeron pilas en la boca y, según se sospecha, también en el recto…

Por último y cuando el pequeño estaba repleto de heridas, uno de los dos sádicos le lanzó una barra metálica de 10 kilos, la cual cayó en la cabeza de James, provocándole varias fracturas que se hubiesen podido ver como la causa de muerte, aunque el patólogo Alan William indicó que las heridas eran tantas que no se podía ver concluyentemente en una sola la causa de muerte, sobre todo porque, al verlo inconsciente, Jon y Robert lo acostaron en la vía del tren, le pusieron escombros (tierra, piedras, etc) en la cabeza (para que todo parezca accidental) y se fueron. Minutos después el tren partió en dos el cuerpecito de James.

No pasaron muchas horas sin que el cadáver fuese encontrado y, pese al terrible estado del cuerpo, nadie habría pensado que era un accidente pues… ¿acaso el niño andaba desnudo de la cintura para abajo cuando jugaba?, ¿qué clase de niño corretea solo con una camiseta en aquel abandonado paraje?… Hasta este momento no se ha mencionado, pero a James le habían quitado los zapatos, las medias, el pantalón y los calzoncillos; e incluso, según el informe del patólogo, el prepucio del niño había sido manipulado…

Tiempo después, gracias a los vídeos de las cámaras de seguridad y a una mujer que identificó a Jon Venables en uno de esos vídeos (que se mostraron en los noticieros), la Policía comenzó indagaciones que, junto a ciertas pruebas de ADN, resultaron concluyentes en la culpabilidad de los dos niños.

Cuando se supo la verdad, la indignación fue tal que la familia de uno de los chicos (las fuentes no aclaran cuál) tuvo que huir de Liverpool. Los dos mini asesinos, en la manera como se dijo arriba, fueron condenados a permanecer tras las rejas. Fuera de la cárcel, solo les aguardaba el odio y el deseo de venganza, principalmente por parte de los padres de la víctima. Dijo así la madre de James Bulger: “Cada minuto que pase, deberán vigilar sus espaldas. Aunque se vayan a vivir en el fin del mundo, nunca podrán estar tranquilos”. Por eso, cuando en el 2001 el gobierno les dio libertad condicional bajo nuevas identidades, entre las condiciones estipuladas, además de no verse entre ellos, estaba la de que jamás podrían volver a poner un pie en Liverpool. Aunque eso no sería una garantía de seguridad, pues, como dijo la madre de James Bulger: “Si alguien los mata, yo estaré a su lado en el tribunal para decir: ‘El responsable es el Gobierno porque sólo apoya a los asesinos’. Un día, una pistola apuntará hacia ellos, aunque no sea yo quien la sostenga”. Y al parecer, Denise (la madre de la víctima) podría tener razón, puesto que, al menos Jon, es tan incorregible que actualmente ha vuelto a las rejas, después de que se hiciera pasar por una madre dispuesta a explotar sexualmente a su hija de ocho años a cambio de imágenes de pornografía infantil que, como es de esperarse, fueron descubiertas en su disco duro.

Mitchell Johnson y Andrew Golden

Empezando con los patos

Mitchell nació un 11 de agosto de 1984 en Spring Valley, Minnesota (en USA). Andrew, su primo, nació un 25 de mayo de 1986 en Jonesboro, Arkansas (en USA).

Jonesboro se caracteriza por ser una ciudad industrial rodeada de actividad agrícola, por albergar a la Universidad Estatal de Arkansas y por ser, en líneas generales, una ciudad habitada por familias conservadoras y religiosas. Sin embargo, lo último no ha bastado para que las armas y la cacería sean algo muy habitual, al punto de que desde niños los hombres aprenden a disparar. Este fue el caso de Andrew Golden, quien desde temprana edad se vio influenciado por la pasión que su abuelo sentía por la cacería, una pasión tan grande que le había llevado a construir, en un barranco cerca de su casa, un mirador desde el cual se podía ver a los ciervos y dispararles fácilmente… Según declaró tiempo después, a su nieto (Andrew) le habían empezado a comprar armas automáticas “desde el primer día de nacido”, y la cacería de su primer pato fue algo que lo enorgulleció profundamente.

Sin embargo, bajo la exposición temprana a la cacería se estaba gestando una insensibilización hacia la muerte, y tiempo después se habría de ver…



Delineando un plan para la operación

Junto a su primo Mitchell, Andrew veía películas de acción por las tardes, comía golosinas y fantaseaba con un futuro de antihéroe semejante al de aquellos que veía en las películas. Un día, mientras veían Rambo, Mitchell le confesó que deseaba vengarse de Candace Porter, una compañera de escuela que lo había rechazado sentimentalmente. Andrew, que tampoco era un chico popular o alguien hábil con las chicas, vio en la causa de Mitchell una forma de realizar, aunque sea indirectamente, su propia sed de venganza. Así, desde ese día tomaron la costumbre de ver una película de acción y, con el ejemplo del film, ensayar después, con sus trajes de camuflaje, alguna estrategia de guerra.

No obstante no se quedaron en la fantasía, y poco después fijaron una fecha para la operación, crearon una lista de objetivos y de personas que matarían, y anotaron todo lo que requerirían para tener éxito en la misión.

Mitchell, un perro que ladra y sí muerde

Era un lunes 23 de marzo de 1998 cuando Mitchell apareció, cuchillo en mano, en la clase de Candace Porter. Según Amber McBroome, alumna presente en el momento, ocurrió lo siguiente: “Candace le repitió a Mitchell que no quería salir con él, y él la amenazó con un cuchillo. La profesora, la señora Wright, intervino, y Mitchell apuntó el arma contra ella”.

No se sabe bien si después de eso suspendieron o no a Mitchell, pero Jennifer Nightingale, una compañera de clase de Candace Porter, habló con Mitchell poco antes de que éste y su primo realizaran la masacre. Cuenta lo siguiente: “Me dijo que no nos veríamos más, porque dejaría la ciudad. Pero que antes o después de vengaría: ninguna chica podía despreciarlo y quedar impune”

El gran día de la venganza

El martes 24 de marzo de 1998, Mitchell faltó a la escuela convenciendo a su madre de que le dolía el estómago. Luego de que ésta lo dejara, él se reunió con su primo y ambos dieron inicio a lo que sería la más cruenta cacería de sus vidas, una cacería en la que no matarían patos o venados, sino humanos que, a juicio de ellos, merecían ser perforados por el plomo…

Lo primero que hicieron fue ir con sigilo a la casa de Doug Golden, el abuelo de Andrew. Ahí les aguardaba un hermoso arsenal, un menú armamentístico del que podrían tomar alguna que otra belleza para liquidar al enemigo. Al parecer no había nadie o casi nadie, porque rompieron el vidrio de la puerta de entrada, Andrew metió el brazo para abrir la puerta, y guió a Mitchell a través de aquella casa de ladrillo rojo a la que conocía como la palma de su mano.

Tomaron cartuchos de encima del refrigerador, eligieron armas de las paredes. Un Remington 30-06 para cazar ciervos estaba entre las diez armas que tomaron; según dijo el abuelo de Andrew del Remington 30-60, éste era tan bueno que “con un rifle que tiene esa visión, no hay que ser muy inteligente para disparar”. Todo eso, junto a bolsas para dormir, víveres, uniformes de camuflaje, botas, cuchillos, una ballesta, un machete y mallas de cazador, fue metido en el coche Dodge gris 91 que Mitchell (él sabía conducir) robó de su casa…

Poco antes de las ocho de la mañana, Mitchell estacionó el Dodge en los bosques de alrededor de la escuela, aproximadamente a medio kilómetro de la misma. Ya al mediodía, Andrew Golden (él había asistido a clases, era parte del plan) pidió permiso para ir al baño y jaló la alarma de incendios, consiguiendo que el alumnado entre en proceso de evacuación mientras él corrió hacia una parte de la zona boscosa que rodeaba la escuela. Ahí se reunió con su primo (que estaba en su posición táctica), se puso el uniforme, tomó las armas y ocupó su posición. El arsenal que manejaban era brutal: Andrew tenía unos 91 cartuchos útiles repartidos en los bolsillos de su chaqueta, un rifle calibre 30 y tres pistolas; Mitchell tenía el poderoso Remington 30-60, cuatro pistolas, dos cuchillos y un número de cartuchos casi igual al de Andrew.

El tiempo fue excelentemente calculado y también los movimientos de evacuación, de modo que en el momento previsto una avalancha de alumnos apareció corriendo en dirección hacia la zona del bosque en que ellos se hallaban. Lejos de perder la compostura, estos niños asesinos actuaron como verdaderos expertos y, mientras aguardaban la salida de las personas-objetivos, iban disparando únicamente a las mujeres. Gritos, detonaciones, caos, desorden; sangre, vísceras saliéndose de cuerpos muertos o agonizantes, gente arrastrándose y pidiendo auxilio. Cinco muertos (todos de sexo femenino) y once heridos fue el saldo de la sangrienta operación de venganza, el número de blancos destruidos durante lo que para esos trastornados niños era una misión parecida a la de sus personajes de cine y videojuegos…

En cuanto al objetivo principal de la misión, Candace Porter, las cosas salieron mal (para ellos…) debido al inesperado acto de heroísmo de Shannon Wright, una maestra de escuela con 32 años de edad y un embarazo que no dudó en arriesgar, ya que rápidamente cubrió con su cuerpo a la pequeña Candace Porter de doce años, salvándola pero recibiendo unas balas que no estaban destinadas a ella.

Momentos después de iniciada la masacre, la Policía llegó y los niños dejaron de disparar y se entregaron sin resistencia. Inicialmente creyeron que la masacre fue principalmente hecha por un adulto (que supuestamente habría escapado) y que los dos niños solo habían ayudado, pero se quedaron desconcertados cuando constataron que en realidad esos dos pequeños habían tenido la frialdad, la crueldad y la habilidad para realizar con éxito una matanza de esas proporciones. Debieron tener en cuenta las amenazas de los niños. Por ejemplo, posteriormente a la masacre, la alumna y sobreviviente Kara Tate recuerda de Andrew: “Siempre decía que arreglaría las cuentas con todos y que mataría a mucha gente. No pensé que hablara en serio. Andrew tenía un fusil para cazar ciervos y presumía de ser un tirador experto. Cuando alguien lo hacía enojar, amenazaba con dispararle.”

En cuanto a la condena, dictada en agosto de 1998, esta fue que ambos debían permanecer en prisión hasta alcanzar los 21 años de edad.

Mary Bell


Mary Bell (arriba) fue usada por su madre prostituta cuando solo tenía 5 años. Le obligaba a hacerle felaciones a los clientes, y a los 8 años la vendió para ser desflorada.

Mary Flora Bell nació el 26 de mayo de 1957 en Newcastle, Inglaterra. A diferencia de otros niños asesinos, en su caso es más que comprensible la agresividad que guardaba en su interior, aunque no la forma en que la exteriorizó… Y es que Mary recibió maltrato desde que vio la luz del mundo; pues, al salir del vientre de su madre Betty, ésta hizo una mueca de asco y espanto exclamando en tono chillón: “¡alejen esa cosa de mí!”.

Nunca se supo bien quién fue el padre biológico de Mary, pero su madre la tuvo a los 16 años y su padrastro, Billy Bell, fue un ladrón al que no le importaba en absoluto lo que Betty hiciese con Mary. Según se sabe, Betty intentó algunas veces matar a su hija, pero al parecer no eran intentos muy determinados y, en todos ellos, siempre alegaba que la niña había sufrido algún accidente. En todo caso esos intentos cesaron pronto, pero la madre de Mary había empezado a prostituirse y, como odiaba a Betty (la veía como una fastidiosa carga), la comenzó a emplear tempranamente para satisfacer a sus clientes más degenerados…

Los suplicios antes mencionados, comenzaron cuando Mary tenía apenas cinco años y su madre le obligaba a tocar las partes íntimas de sus clientes. Luego, cuando cumplió ocho años, Betty vendió la virginidad de Mary por una buena suma de dinero y, quizá desde ese momento o un poco antes, empezó a hacer algo que Mary aborrecía: la desnudaba, la sujetaba, y entonces aparecía un cliente, introducía su órgano en la boca de la angustiada niña, y lo movía hasta terminar, sin importar cuántas lágrimas corriesen por las mejillas de la pobre Mary que, según contó ella misma, terminaba siempre por vomitar el fluido que los clientes dejaban en su boca, ya que le daba verdadero asco.

Por esas y otras calamidades, Mary era una niña que guardaba agresividad y disfrutaba torturando perros, gatos y otros animales. Sin embargo, pronto su trastornada crueldad llegaría a tal punto que los animales no bastarían. Necesitaría una víctima con mucha mayor capacidad de sufrimiento: una víctima humana.

Martin Brown


Martin Brown, víctima de Mary Bell

Un 25 de mayo de 1968, justo un día antes de que Mary cumpliese once años, el pequeño Martin Brown, vecino de Mary, desapareció y poco después se encontró su cadáver: según la Prensa, se había caído al jugar, pero los forenses afirmaron que habían signos de estrangulamiento, varios golpes y una contusión sangrante en la cabeza. La realidad fue que Mary lo había empujado y, al ver que el niño aún vivía, lo estranguló… Pero eso no se sabría hasta tiempo después, al igual que lo que en verdad ella sintió al momento de presionar el cuello de Martin pero solo años después, ya de adulta, pudo reconocer: “No estoy enojada. Aquello no es un sentimiento… Aquello es un vacío que viene… es un abismo… Está más allá de la rabia, más allá del dolor, es un drenaje del sentimiento”

Mary, Norna y el crimen de la “M”


A Martin Brown (arriba), Mary Bell le cortó el pene y le marcó una M en el abdomen con unas tijeras de jardinero…

Mary le había confesado a Norna lo del asesinato de Martin, ya que ésta era perversa también. Así, la primera cosa que hicieron para divertirse juntas en el plano del crimen, fue irrumpir en una guardería de Scotswood, destrozando el lugar y dejando una nota en que se admitía la autoría del asesinato de Martin Brown. No obstante, la Policía no dio importancia al incidente y creyó que era solo una broma. No las tomaban en serio: había que hacer algo nuevo…

En parte por eso, el 31 de julio desapareció Brian Howe, un niño de tres años. Mary, al ver pasar a Pat (hermana de Brian) el día del crimen, le preguntó con malicia: “¿Estás buscando a Brian?”. “Sí, ya debería estar en casa”, respondió Pat sin imaginarse que, poco después, el cadáver de su hermanito sería encontrado cerca de un edificio en construcción: mutilado, con una “M” en el abdomen hecha a base de cortes, con los mechones del cabello cortados toscamente, y con los genitales cercenados… Era un crimen demasiado siniestro, pero los investigadores vieron en él una especie de juego ritual, así que sospecharon que podría tratarse de un criminal adolescente, o quizá de un niño…


Arriba vemos a Mary Bell de adulta; quien, tras salir de prisión, se casó y formó un hogar llegando a ser muy buena madre.

Nadie habría pensado directamente en Mary y Norna, pero estas fueron lo suficientemente torpes como para acosar a Pat y a otras personas de la familia de Brian, preguntando constantemente, y en tono de burla maliciosa, si extrañaban a Brian y si lo querían, así que le informaron a la Policía, las niñas fueron interrogadas y finalmente confesaron, sabiéndose así que la culpable era Mary Bell, que había matado a Brian con unas tijeras de pasto y que inicialmente le gravó una “N” de “Norna”, pero luego la transformó en una “M” de “Mary”, pues inclusive mató a Brian en ausencia de Norna, y solo después llamó a ésta para mostrarle su “hazaña”, la cual, al igual que el crimen de Martin, disfrutó muchísimo, según confesó ella misma ante los sorprendidos policías, que pudieron también constatar las confesiones con el diario que posteriormente se encontró en casa de Mary.

Tras examinarla, los psiquiatras la declararon psicópata y la encerraron por el cargo de asesinato en segundo grado, en diciembre de 1968. No parece dudoso el dictamen si recordamos las palabras de la propia Mary poco después de su arresto: “El asesinato no es tan grave, al fin y al cabo, todos moriremos de alguna manera”.

Los crímenes de Mary trascendieron mediáticamente, y la Prensa la bautizó como “La Niña Asesina”. Estaba así bajo el estigma, y lo cargaría toda la vida…

Con 23 años, Mary Bell fue finalmente liberada en 1980. Apenas salió, con una nueva identidad para no ser agredida o marginada, conoció a un joven, se embarazó, y abortó al bebé… Posteriormente, en 1984, tuvo otro embarazo y esta vez no abortó sino que se casó y, según se supo, asumió un ejemplar rol de madre, rompiendo así los círculos que, en sus repeticiones de generación en generación, convierten a la víctima en un nuevo victimario, a menos que ésta decida tomar otro camino, tal y como hizo Mary, aunque la sociedad no lo valoró y siempre los fisgones de la Prensa acababan por identificarla y arrebatarle la paz, hasta que el 21 de mayo del 2003 Mary consiguió una victoria legal en base a la cual podría mantener su anonimato y el de su hija por el resto de sus vidas.

Natsumi Tsuji

“Nevada Tan” (“La Niña Nevada”) es como comúnmente, debido a la sudadera gris que usó al momento del crimen, se conoce a la japonesa Natsumi Tsuji, célebre por un asesinato que cometió cuando tenía once años y estudiaba en una escuela de Sasebo, en Nagasaki, Japón.

La historia de Nevada Tan:

Natsumi era una chica de once años a la que le gustaban los deportes (particularmente el básquetbol), el internet, el anime, las películas y otras cosas más que calificaríamos de “frikis”. Era una alumna excelente, siempre obtenía las mejores calificaciones, y no le costaba, ya que su coeficiente intelectual era de casi 140 puntos. Fue, durante mucho tiempo antes de su crimen, una niña sana y alegre, o al menos eso parecía…


A la izquierda vemos a Natsumi, fotografiada justo después de cometer su asesinato. En la foto de la derecha, vemos nuevamente a Natsumi en la parte izquierda, mientras que a su víctima en la derecha, ambas señaladas con flechas rojas. Satomi, su víctima, murió por subir a internet comentarios en que tachaba a Natsumi de gorda, todo tras discutir con ella sobre cuál de las dos era más popular…

No se sabe bien hasta qué punto, pero muchos señalan que, en los inicios del torcido camino que condujo a Natsumi al homicidio, estuvo su temprana exposición y afición a ficciones cuya violencia no era apropiada para personas de su edad. Dicen que adoró la película japonesa Battle Royale, en la cual se mostraba a una sociedad futurista donde los escolares, por desafiar a sus maestros, eran forzados a participar en un reality show donde se seleccionaba (como en Juegos del Hambre) al azar a un grupo de estudiantes de secundaria, y estos eran enviados a una isla desierta con un collar letal. Si se intentaban quitar el collar, morían, si pasaba cierto tiempo, también el collar explotaba y morían: solo podía sobrevivir el que quedará vivo después de una matanza que, lógicamente, debía efectuarse antes del tiempo de autodestrucción de los collares. Junto a Battle Royale, entre sus películas favoritas también se contaba Voice, film donde la protagonista es una joven que enloquece y se transforma en asesina.

Paralelamente a la intensificación de este tipo de aficiones, Natsumi comenzó a dar menos importancia a sus estudios y a encerrarse en sí misma. Inclusive, Natsumi diseñó su propia página web dedicada al terror, la violencia extrema y el guro, un género japonés a medias entre el hentai (de carácter pornográfico) y el gore (donde se ven mutilaciones, sangre, etc). Era a ese portal donde ella subía sus propias y macabras animaciones flash, que fueron bien acogidas y contribuyeron a darle cierta fama en la subcultura del mundo guro.

Todas las cosas anteriores, naturalmente contribuyeron a aumentar la inmersión de Natsumi en un mundo de ficciones que, en cierto modo y medida, la habituaban a la violencia y la predisponían a la misma, en parte debido al carácter que estas asumían como refugio reactivamente adoptado ante un entorno socio cultural (el de Japón) que, en su elevado índice de suicidios, evidencia fallos estructurales a nivel de las relaciones entre las necesidades subjetivas de los individuos, y las exigencias que el sistema les impone para sobrevivir dentro del mismo.


Satomi Mitarai de 12 años, la víctima y alguna vez amiga de Natsumi Tsuji.

Era pues esa la Natsumi que un día entró en discusión con su amiga Satomi Mitarai (de doce años). Ambas discutían por quién era la más popular, pero Satomi llevó la pelea a otros espacios y publicó en Internet comentarios calumniosos donde afirmaba que Natsumi era “una gorda”. Eso colmó la paciencia de Natsumi, y actuó como un elemento que precipitó también la agresividad que, debido a otros problemas, Natsumi guardaba dentro de sí.

Primeramente, Natsumi reaccionó aislándose más en el internet, y saliendo menos de casa, junto a lo cual también descuidó todavía más los estudios, cosa que hizo a su madre obligarla a dejar el equipo de baloncesto para emplear ese tiempo en los estudios. Posteriormente Natsumi volvió a meterse al equipo, esta vez con el consentimiento materno, aunque después lo dejó por cuenta propia y volvió de nuevo a las bajas calificaciones. Al parecer, la niña se encontraba descolocada, auto marginada, frustrada y con una buena cantidad de enojo guardado que, como sabemos, puede estallar en el momento menos pensado…

En efecto, cierta mañana Natsumi acudió a la escuela y amenazó a un compañero del aula con un cuchillo. Le dieron una sanción disciplinaria, pero continuó mostrando una conducta agresiva por algunos días, aunque eso era solo una pequeña muestra de lo que estaba por venir.

Antes del gran crimen, el primero de junio del 2004, Natsumi y Satomi se tomaron una foto que es bastante simbólica para quienes han estudiado el caso. En ella está un grupo de alumnos y, separadas y puestas una en cada extremo, se ve a Natsumi y Satomi, ambas haciendo una señal de “V” (que representa la victoria) con los dedos. Esa es la última foto que se conoce de Satomi en vida…

Y es que, justo el mismo día de la foto, Natsumi llevó a Satomi a una sala vacía donde le vendó los ojos, todo con actitud de amistad, y simulando que era un juego. Allí sacó un cortapapel y la degolló, dejándola tirada en el suelo, viva pero sangrante. Luego se alejó caminando, mientras Satomi expiraba, ahogada en su propia sangre…

Nadie olvidaría jamás la imagen de Natsumi después de la venganza. Llevaba una falda de mezclilla, unos zapatos tenis blancos, y una sudadera gris con la palabra “NEVADA” en el pecho y un cortapapel ensangrentado en el bolsillo. En su ropa se veían manchitas de sangre que delataban un posible crimen, pero ella estaba calmada, y sonreía maliciosamente mientras bajaba las escaleras y miraba a los alumnos que la fotografiaban impresionados. Fue esta la imagen que dio la vuelta al mundo, otorgándole el sobrenombre de “Nevada Tan” o “Nevada Chan”, que en japonés quiere decir “La Niña Nevada”

Cuando el profesor vio a Natsumi con sangre en la ropa y después subió y encontró el cuerpo inanimado y degollado de Satomi, inmediatamente llamó a la Policía. En poco tiempo los agentes estaban en el lugar y Natsumi confesó su crimen, diciendo con una mezcla de inocencia y arrepentimiento: “He hecho algo malo, ¿cierto? Lo siento, lo siento mucho”.


Natsumi Tsuji, conocida también como “Nevada Tan” por la sudadera que cargaba cuando mató, llegó a convertirse en una figura popular dentro del mundo otaku, apareciendo en animes, mangas, y hasta en el hentai. Inclusive, aparece en un episodio de South Park y se han hecho muñecas con su imagen.

Ya en la comisaria, Natsumi se negó a comer todo lo que le ofrecieron, lloró varias veces, e intentó justificarse diciendo que había matado a Satomi Mitarai porque ésta la llamaba “mosquita muerta” y había colocado en internet comentarios falsos en que la tachaba de “gorda”.

El 15 de septiembre del 2004 Natsumi fue declarada culpable de asesinato en primer grado, recibiendo la condena de nueve años de internamiento en el reformatorio de la prefectura de Tochigi.

Como medida de protección, el gobierno japonés prohibió que se difundiera y publicara el nombre de la pequeña, a la cual simplemente llamaban “Chica A”; sin embargo, cierta noche un conductor de noticias de TV Fuji pronunció por accidente el supuesto nombre real de la chica: “Natsumi Tsuji”

En cuanto a la chica, ya recluida, fue visitada por psicólogos y psiquiatras criminalistas, y sometida a múltiples exámenes y test. Sorprendentemente se concluyó que era una chica casi completamente sana, con un único trastorno consistente en el síndrome Hikikomori , el cual lleva a quienes lo padecen a buscar auto-aislarse para evadir las presiones del mundo exterior, entre otras cosas.

Pero, mientras Natsumi continuaba recluida en el reformatorio, una legión de frikis y otakus hacían de ella una celebridad, al menos dentro de los espacios correspondientes a ciertas subculturas. Ella era “La Pequeña Nevada”, una ídolo que aparecía en mangas, animes, ecchis, guros, y hasta hentais… Inclusive se hicieron figuras de colección de ella, y en Japón se puede conseguir su versión de lego. Es fácil encontrarla en el ciberespacio, búsquesela en 4chan, por ejemplo. Hasta se pueden conseguir cosplays de ella, fanfics, fanarts, o escuchar canciones inspiradas en ella, como Boxcutter, Baby de Love Outside Andromeda, o aquella que Fecal Matter Discorporated le dedicó “a ella y a todas las pequeñas japonesas que asesinan gente”. Por todo esto no sorprende que, tras el salto a la fama mediática de Natsumi, las sudaderas grises (con la palabra “NEVADA”) de la Universidad de Nevada se hayan agotado en días…

Como han señalado los entendidos, lo anterior muestra que Natsumi fue convertida en un símbolo de la rebeldía, adoptada sobre todo por frikis puesto que ella misma era una. Ella, como figura ensalzada dentro de ciertas subculturas, es una especie de queja viviente, una expresión de que la ira, suscitada como reacción ante las presiones ejercidas por las exigencias de una sociedad enferma y desequilibrada, puede terminar estallando en la forma del homicidio…

Jordan Brown


Jordan Brown (arriba), cuando tenía once años, tomó una escopeta y le disparó a la novia embarazada de su padre…

Jordan Brown tenía once años cuando cierto día, aprovechando que su padre se fue a trabajar y la novia de éste dormía, tomó una escopeta calibre 20 y le disparó en la nuca a Kensie Marie Houk (la novia de su padre), sin importarle que ésta estuviese embarazada y a unas semanas de dar a luz… Después, dejó a su hermana de cuatro años sola con el cadáver en casa, salió, y tomó el bus del colegio.

Actualmente y con trece años, Jordan enfrenta la posibilidad de cadena perpetua si lo llegan a juzgar como adulto, siendo que en ese caso se convertiría en la persona más joven de Estados Unidos en ser condenada de por vida; mas, si lo juzgan como menor de edad, Jordan quedaría libre a los 21 años.

Según psicólogos, jueces y fiscales, la persistencia del niño en afirmar su inocencia es en realidad una “negativa a asumir la responsabilidad”, siendo que necesita admitir su culpa para rehabilitarse.

Como se ve, el caso ha despertado una polémica que aún persiste, y que está ligada a los límites que la ley estadounidense fija para ciertas libertades: el consentimiento sexual está entre los 16 y los 18 años dependiendo del Estado, recién a los 21 se puede consumir alcohol en muchas partes; pero, aún así, se quiere condenar a un menor a cadena perpetua, al menos según la perspectiva de quienes abogan por un castigo menos severo en virtud de la inmadurez moral propia de la edad del acusado.

Cristian Fernández


Cristian (arriba) nació cuando su madre tenía doce años, pues había sido violada…

Cristian nació como el fruto de una violación hecha a una niña de 11 años que la absurda ley de Florida no dejó abortar. Era de esperarse que un niño nacido en tales condiciones terminase por malos caminos, y eso se vio cuando, a los dos años, Cristian salió en los noticieros después de que unos policías lo encontraran sucio y desnudo, caminando de madrugada en las calles de Miami. La razón de eso era que el niño se había escapado de un hotel porque su abuela, a cuyo cargo estaba, llevaba días encerrada en la habitación, dedicada por entero al consumo de drogas…

Tras saberse la razón de su fuga, él y su madre de 14 años, Biannela Marie Susana, pasaron a depender de los servicios sociales de Florida. Pero aún así las cosas no mejoraron mucho, ya que a los tres años Cristian fue expulsado de la guardería por bajarle los pantalones a un compañero, agarrarlo a la fuerza y simular el acto sexual… Insólito para una criatura de tres años, aunque no si se tiene en cuenta que anteriormente, según se investigó, Cristian había sido sexualmente abusado por un primo suyo…

Por otra parte, Cristian se mostraba agresivo y había matado a un gato solo por arañarle, así que el Departamento de Menores lo sometió a un tratamiento para corregir su comportamiento “antisocial y con tendencias criminales”, consiguiendo que funcione al menos temporalmente.


Cristian mató a su medio hermano de dos años cuando su madre lo dejó solo en la casa con él. Al regresar, su padrastro se consternó, le dio una paliza y se suicidó… Arriba vemos a Cristian durante el juicio.

Mientras, antes de que Cristian cumpliese los seis años, su madre se casó con Luis Alfonso Galarrago Blanc, y convivió con él casi cinco años hasta que un día (14 de marzo del 2011), Biannela dejó a David Galarraga de 2 años en casa, solo con su hermano Cristian. Aprovechando que nadie lo veía, Cristian mató a golpes a su hermanito de dos años y, cuando Luis Alfonso regresó, no podía creer lo que veía: su hijo asesinado por su hijastro. Furioso, Galarraga Blanc le da una brutal paliza a Cristian, toma una pistola, y se suicida delante de Biannela, de los hijos que había tenido con ella, y del propio Cristian.

Biannela fue acusada de comportamiento negligente y Cristian de asesinato en primer grado. Ahora es posible que lo condenen a cadena perpetua si lo juzgan como adulto, aunque la opinión pública quiere que se lo juzgue como menor y hasta ha habido una iniciativa en la que se han recogido más de 190000 firmas. Por lo pronto Cristian continúa tras los barrotes, esperando su sentencia definitiva.
Los niños que matan y la decadencia humana del sistema

Sylvia Gereda Valenzuela, una doctora en Sociología y Ciencias Políticas, expresó una vez, conmocionada por infames casos de niños sicarios en Guatemala, el carácter de los niños asesinos como síntomas de la decadencia social: ‹‹Cuando los menores de edad, que aún son niños, actúan con una saña que supera los límites de la ficción y muestran un desprecio absoluto frente a la vida, es una clara señal que la sociedad se ha corrompido al máximo.››

Ejemplos de esa corrupción social extrema los vemos en Colombia, Guatemala y México, al menos en lo que respecta a la aparición de niños sicarios como consecuencia del narco tráfico y la delincuencia. Por ejemplo, en febrero del 2013 Guatemala sufrió dos terribles casos: en uno, un niño de once años asesinó de un tiro en el cuello a una niñita de tres años; en otro, una niña de 13, junto a una adolescente de 15, mató a tiros a un hombre dentro de un barrio popular de la capital guatemalteca. Tanto en uno como en otro caso, se ve de manera radical lo que los sicólogos denominan la “pérdida de los mecanismos de mediación”, conocida en el lenguaje cotidiano como “pérdida de valores” y técnicamente definible, según palabras del psiquiatra Carlos Giraldo, como: ‹‹los parámetros que determinan la unión del individuo con su entorno y que rigen los conceptos acerca de la vida y de la muerte, del delito y su penalización››


“Cuando los menores de edad, que aún son niños, actúan con una saña que supera los límites de la ficción y muestran un desprecio absoluto frente a la vida, es una clara señal que la sociedad se ha corrompido al máximo.” (Sylvia Gereda Valenzuela, Doctora en Sociología y Ciencias Políticas)

Pero… ¿podemos acaso afirmar que esa “pérdida de los mecanismos de mediación” se ha acentuado más en nuestros tiempos? Definitivamente, y esto es una opinión compartida por toda una legión de sociólogos, sicólogos y psiquiatras… Es en esta línea que Ronaldo Wright, psicólogo social argentino, afirma que el actual sistema social transforma lo ilegítimo en legítimo, presenta cambios con gran rapidez, fallecimiento y debilitamiento de tradiciones y discursos que antes eran dominantes (como el religioso), e incluso, según dice, “industrializa a la muerte”. Por ello, hablando de los niños asesinos, él afirma en tono crítico que: ‹‹En muchos sectores de la población domina la reiteración, el estancamiento y la estereotipia. (…) Muchas veces ellos se retiran de la escena del crimen sin robar nada. Es más, al advertir que existe en el lugar alguna cámara que los está filmando, en vez de ocultarse suelen dirigirse a la misma realizando gestos desafiantes y obscenos. De sus conductas se advierte frialdad e insensibilidad, ausencia de miedo y dureza emocional. Pareciera que experimentan el placer de transgredir la norma del no matar que inscribe a todo individuo en la cultura››

Las últimas palabras de la cita anterior dan la clave: ‹‹experimentan el placer de transgredir la norma del no matar que inscribe a todo individuo en la cultura››. ¿Pensaremos entonces que estos niños desean estar fuera de la cultura? Sí, al menos en el sentido de que cobijan rabia hacia una sociedad que perciben como fuente de malestar y, por lo mismo, sienten el deseo de atentar contra ésta al revelarse contra sus códigos. Concordantemente, en un seminario de investigación se planteó tres “variables de causación” para los asesinatos cometidos por niños: 1) el resolver, con el asesinato, tensiones originadas por la rivalidad experimentada en sus relaciones con los otros 2) llamada al orden público: inconscientemente, el niño desea ser reprendido y nombrado por el orden público, ya que en su vida está ausente la figura estructurante de la autoridad, 3) librarse del malestar del kakón, concepto este que designa el tedio, el malestar de la vida y la falta de sentido existencial.

Ahora bien: ¿qué tienen nuestras actuales sociedades que potencie un aumento de casos de niños asesinos? Según una teoría ampliamente aceptada, el problema es el capitalismo globalizante postmoderno. Así, la teoría plantea que la relación entre la gestión capitalista y los procesos de globalización, ha causado grandes cambios en la relación entre el sujeto y el goce pulsional (el goce que surge de la satisfacción de las pulsiones), generando con ello una crisis normativa vinculada a una legitimación de lo ilegítimo enraizada en un escenario de economía política donde se conjuga “el poder dominando los mercados” con “los mercados dominando el poder”. Dice por ello la Dra. Amelia Haydée Imbriano, en su texto Aportes del Psicoanálisis a la Criminología, que: ‹‹Lo que se extiende es una política del aumento insaciable del consumo. Un progresivo debilitamiento de las leyes simbólicas, una consecuente crisis de límites y empuje al exceso, facilitan el imperio del ideal de consumo (otorga placer inmediato). En pos del sostenimiento de ese ideal, en la sociedad contemporánea, todo es válido. En ese marco opera un empuje al exceso. La pulsión de muerte predomina sin mayores obstáculos. Consecuencia de ello, aumenta la tensión imaginaria de rivalidad con el prójimo, iniciándose un empuje a la resolución de las conflictivas en lo real, a través conductas violentas y antisociales que pueden llegar a su máxima expresión: homicidio – suicidio.››

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